Cancún Parte I
«Recuerda que no solo tienes el derecho de ser un individuo: tienes la obligación de ser uno». — Eleanor Roosevelt
Este verano pisé por primera vez México. Bueno… digamos “Cancún”.
Y sí, ya sé que Cancún no es México, igual que el inglés que viene a un resort en Ibiza no conoce España, aunque diga que sí.
Pero oye, para una semana de desconexión familiar no estuvo mal.
La excusa perfecta fue el cumpleaños de mi cuñado —50 años— y la reunión de familia argentina y española en un mismo punto geográfico.
¿Y qué mejor que un resort “all inclusive” con 5 restaurantes, barra libre y actividades casi las 24 horas?
Pero aquí viene mi confesión:
me sentí un borrego.
No era José Levy, era “el número de la habitación tal”.
Todo estaba tan perfectamente estructurado que lo más “arriesgado” del día era decidir si comeríamos marisco, tex-mex, brasileño o mediterráneo.
Para americanos y canadienses (la mayoría allí) es el paraíso: no piensas, no decides, no te complicas.
Todo incluido.
Incluso el mojito dentro de la piscina, mientras alguien juega a la pelota a tu lado.
A mí, personalmente, eso de beber alcohol en el agua me da cosita… pero bueno, gustos son gustos.
Lo que sí fue impecable:
el servicio.
Atentos, amables, pendientes de cada detalle. No se trataba de “cumplir” su trabajo, sino de cómo lo hacían.
Un “no” dicho con tanta educación que casi dabas las gracias.
Y aquí viene la conexión con tu negocio:
¿Tú también tratas a tus clientes así?
No hablo solo de darles lo que piden, sino de hacerlo con tu estilo, tu identidad, tu sello.
Porque como dice Eleanor Roosevelt, ser un individuo no es solo un derecho, es una obligación.
Y eso aplica también a tu marca.
Si tu comunicación es genérica, si tus emails, web y redes suenan igual que la competencia, no estás cumpliendo con esa obligación.
No destacas.
No eres “el individuo” en un mar de clones.
La clave para diferenciarte está en cómo haces sentir al cliente desde el primer contacto.
El resto, como el buffet libre, es accesorio.
Japi dei.
José Levy