¿Sabes cuántos prototipos se hicieron antes de lanzar el primer Lexus?
¿Cuántos?
Adivina.
Cuatrocientos cincuenta.
450
Cuatrocientos cincuenta intentos antes de decir: «ahora sí, esto es excelencia».
Y eso que no eran unos cualquiera.
Eran los ingenieros de Toyota.
Una marca consolidada, fiable, con prestigio.
Podrían haberse conformado con algo “muy bueno”.
Pero no.
Su presidente, Eiji Toyoda, les lanzó un reto: “quiero el mejor coche del mundo”.
No uno bonito.
No uno caro.
El mejor.
Así empezó el viaje de Lexus.
Una marca que ni existía y que hoy es sinónimo de lujo silencioso.
No de ostentación barata.
De ese lujo que no hace ruido, pero se siente en cada curva, en cada detalle.
Inicialmente se pensó que eran las siglas en inglés de “Luxury Export United States” (Exportación de Lujo a Estados Unidos), ya que esa era la intención de Toyota al crear su marca de autos de lujo Lexus en 1983
El primer modelo, el LS 400, era tan fino que decían que podías poner una moneda de canto sobre el motor encendido… y no se caía.
Pero claro, eso no salió por arte de magia.
Salió de observar.
De escuchar.
De entender a quién iba dirigido.
Se patearon medio mundo para conocer a fondo a los conductores de alta gama.
Y no pararon hasta tenerlo.
Ahora dime una cosa: ¿cuántos de los eventos, campañas o presentaciones que ves por ahí parecen hechos en serie?
Muchos brillan por fuera pero suenan a hueco por dentro.
Como un coche de lujo con puertas que crujen.
Bonito por fuera, ruidoso por dentro.
Un Lexus y no un Fiat tuneado.
Si quieres eso.
Entonces, hablamos.
Yo me encargo de que cada mensaje, cada email, cada evento, cada presentación… se construya como el LS 400.
Desde el detalle.
Desde la estrategia.
Desde la excelencia.
Tú decides si vas a salir a pista con un motor afinado o con una carrocería bonita pero con el motor de segunda.
Solo trabajo con gente que quiere ser la referencia, no la copia barata.
Japi dei.