La historia de Pocahontas y John Smith es preciosa.
También es una mentira.
No fue amor. No fue romance.
Fue una niña de 11 años haciendo de mediadora entre dos mundos que desconfiaban el uno del otro como dos perros viejos.
Pero claro, eso no vende entradas. No emociona. No llena salas de cine.
Así que alguien —o varios alguiens— reescribieron la historia a su antojo.
La convirtieron en el cuento que queríamos escuchar.
Ahora, párate un segundo.
¿Cuántas veces te has contado tú tu propia versión edulcorada para justificar que no vendes, que no creces, que no llegas?
«Mi producto es buenísimo, la gente es la que no lo entiende.»
«Necesito más seguidores para que funcione.»
«Otra masterclass, otro curso… ahora sí.»
¿De verdad te lo crees?
O peor aún:
¿Te lo estás contando tantas veces que ya no sabes dónde acaba la verdad y empieza tu propia película de Disney?
Muchos negocios no fracasan por falta de talento.
Fracasan por una comunicación infantil, distorsionada, donde nadie sabe realmente qué ofrecen, qué resuelven ni por qué deberían pagarles.
¿Te duele leerlo?
Perfecto.
Ese dolor es la primera señal de que todavía hay esperanza.
Quizás lo único que te separa de facturar en serio es dejar de contarte cuentos.
Y comunicar de forma adulta, nítida, magnética.
¿Te atreves?
Si quieres, agenda una videollamada de descubrimiento de 20 minutos conmigo y vemos cómo contar tu historia de forma que no necesite dibujos animados para que la gente la entienda.
Japi dei