La historia real de mi primera boda

Todos recordamos nuestra primera vez/ ferst taim

Hablo de mi primera boda.

Hacía de oficiante, allá por el año 2003, cuando yo era joven, valiente, audaz… y quizá un poquito demasiado graciosillo para según qué ocasiones.

En esa época yo hacía animaciones, espectáculos y shows para todo tipo de eventos.

Un día me llamaron y me preguntaron si podía ser oficiante en una boda de extranjeros en el Hotel Arts.

Cuando escuché “oficiante”, mi cabeza imaginó teniente coronel, charreteras, uniforme, sable… / Ser, lles ser

No era eso.

Como no quería meter la pata (demasiado), pedí a un amigo que me pasara un texto oficial de ceremonia.

Su padre trabajaba en un ayuntamiento y había casado a muchas parejas, así que pensé:
«Perfecto. Texto legal. Seguro. Certificado. Sin riesgos.»

Era un corta-pega institucional.

Yo venía del mundo del humor, del escenario, de la improvisación.

Así que… ¿qué hice?

Pues personalizarlo con información de la pareja.

Hasta aquí, todo bien/ everizing fain

Lo que pasó es que como venía de hacer animaciones, convertí parte de la ceremonia en un one-man show.

Hoy me río.

La pareja no se rió tanto.

Ya sabes que toda boda tiene un peso emocional: invitados impecables, fotos, lágrimas contenidas, esa magia premium que tienen los días que cambian vidas/ a niu laif

Yo allí, poniendo chistes como si estuviéramos en un cumpleaños infantil.

¿Funcionó?
Sí.
Con perspectiva, me pasé un poquito poniendo de mi humor.

Hoy sé que la boda en general tiene que resultar exclusiva para cada pareja.
Hoy sé adaptar el humor al contexto.
Hoy sé leer a una pareja aunque no me dé mucha información.
Hoy tengo resultados garantizados, un método probado y contrastado.

Esa era “mi primera boda”.

Entendí que
el día de la boda no va de mí, va de ellos.
De su historia.
De su vida.
De su futuro.
De sus sueños.

Con los años, la experiencia te da ese radar exclusivo que te permite saber:

qué menú encaja, aunque no sepan elegir,

qué flores refleja su estilo, aunque no sepan nombrarlas,

qué espacio vibra con ellos, aunque no sepan explicarlo.

Eso no te lo da un curso, ni un libro, ni Google.

Te lo da vivirlo.

Meter la pata.

Ajustar.

Evolucionar.

Mai ferst wedin todavía me acompaña como una brújula.

Si algún día me reencuentro con aquella pareja, ni recuerdo sus nombres, me encantaría saber su feedback.

«Cada fracaso enseña al individuo algo que necesitaba aprender».
— Charles Dickens

Japi dei, my friend.

Ayudo a negocios de bodas y experiencias a ser la envidia de su competencia.

José Levy

Blog