Si Gandhi tuviera Instagram, tendría millones de haters.
Millones.
Millions.
Sube una historia con una taza de té… y ya tendrías comentarios tipo:
“Eso no es chai, farsante”.
“¿Y ese cuenco? ¿Lo compraste en Amazon?”
“Gandhi, me has decepcionado”.
Es así.
Vivimos en la era de la validación.
Del “a ver cuántos likes saco”.
Del “si me critican es que algo estoy haciendo mal”.
Del “voy a suavizar esto no sea que alguien se ofenda”.
“¿Por qué buscas la validación de todo el mundo sabiendo que crucificaron a un hombre perfecto?”
Alguien lo dijo.
Te guste o no te guste la historia de Jesús, el dato es objetivo:
si a él lo colgaron de una cruz… ¿qué esperas tú, influencer del buen rollo?
Es así. A la que empieces a destacar, a que se te vea, a que digas algo que de verdad piensas, van a pasar dos cosas:
- Vas a atraer a las personas correctas.
- Vas a incomodar a otras.
Y eso está bien.
Porque cuando no tienes una voz propia, tu vida la dictan otros.
Clientes que te hacen bajar precios.
Colaboradores que te roban energía.
Seguidores que te juzgan si un día no publicas. O no les ha gustado lo que has dicho.
Proveedores que parecen suegras.
Si quieres dejar de intentar gustar a todo el mundo, yo puedo ayudarte.
Con mi consultoría te ayudo a ordenar tu propuesta, definir tu identidad, y que comuniques con claridad quién eres y para quién trabajas.
Que te compren los que tienen que comprarte.
Y los demás… que sigan buscando a Gandhi en TikTok. Perdón…Instagram.
Japi dei