He vuelto al gimnasio.

Y no, no lo digo para que me aplaudas.

Aunque si quieres aplaudir…

Lo digo porque cada vez que cargo una barra que no sé si me va a partir la espalda o la autoestima, me acuerdo de la cantidad de compañeros emprendedores y empresarios que tienen el músculo de la queja bien desarrollado… pero el de la constancia atrofiado.

En el gym, cuanto más peso levanto, más músculo desarrollo.
Si no levanto peso, me quedo igual.
Y si solo miro la barra, me hago una selfie y pá casa… pues ya sabes.

Igualito que en nuestros negocios.

Si llamamos a posibles clientes, vendemos más.
Si publicamos contenido cada día, más gente sabrá que existimos.
Si hacemos eventos una y otra vez, los afinamos. Aprendemos. Cobramos más.

Pero si no hacemos nada… no pasa nada.

El problema no es que no sepamos qué hacer.
Lo sabemos. Todos lo sabemos.

El problema es que esperamos que venga una idea brillante, un contacto mágico o una alineación cósmica que nos quite de encima la parte incómoda: currar todos los días como si no hubiera un mañana.

Mira, no quiero sonar borde (bueno, sí), pero si no estás creciendo es porque no estás empujando lo suficiente. Punto.

Te lo digo con cariño y con agujetas:

Si haces lo que hay que hacer, mejora todo.

Si esperas a sentirte motivado, no harás nada.

Si quieres resultados, tendrás que moverte.

Y esto va también para tu empresa, para tu proyecto, para lo que sea que tengas entre manos.

¿Quieres clientes mejores?
Haz cosas mejores.

¿Quieres cobrar más?
Entrega más valor.

¿Quieres dejar de sobrevivir y empezar a escalar?
Entonces deja de mirar la barra… y levántala.

Porque el músculo que más te falta no está en los brazos.

Está en la cabeza.

Japi dei.